La verdadera historia del castillo de Walt Disney
- Claire Jacqueline EP
- 6 nov 2019
- 3 Min. de lectura
El castillo de Neuschwanstein recibe su nombre en honor del Caballero Cisne de una ópera de Wagner y significa “nuevo cisne de piedra”. En su construcción no hay que remontarse mucho tiempo atrás, sólo al siglo XIX, en una época en que los castillos ya no eran necesarios como fortalezas. Su entorno, típico de un cuento de hadas, hizo que fuera fuente de inspiración como modelo de películas (Chitty Chitty Bang Bang, Spaceballs), series de televisión (The Amazing Race), a Tschaikowsy cuando compuso “el Lago de los Cisnes”, a artistas como Andy Warhol, en estampillas y monedas conmemorativas y, lo más mágico de todo, fue elegido por Walt Disney como modelo del Castillo de la Bella Durmiente en Disneyland, dando la bienvenida a todos los niños y adultos que se acercan al parque de atracciones.
…y es que muchas de las localizaciones de las películas de Disney se han inspirado en lugares reales: el Salto del Ángel en Venezuela, el Machu Pichu en Perú, el Serengueti en Kenia, el Taj Mahal en la India… y nuestro castillo “encantado” en Baviera (Alemania).
Situado en el estado federal de Baviera, sobre el desfiladero de Pöllat en Alemania, durante la Edad Media había en ese lugar dos pequeños castillos correspondientes al feudo de la familia Wittelsbach. En el siglo XIX se encontraban abandonados y en ruinas, y es cuando en 1866, Luis II de Baviera, el “rey loco”, ordenó su construcción para recordar los años que pasó durante su infancia en el Castillo de Hohenschwangau -que se encontraba cerca de ese lugar- y como su refugio cuando se encontraba fuera de la capital, Múnich. Loco o no, este castillo se levantó de la imaginación romántica de un rey comenzándolo a proyectar dos años después de acceder al trono. Tras visitar en 1867 a su hermano Otto en el Castillo de Warburg en Eisenach y en julio el Castillo de Pierrefonds, ya no tenía dudas, debía construir un castillo. Un castillo romántico propio de la Edad Media.
En su arquitectura se mezclan varios estilos arquitectónicos (románico, gótico, bizantino) siendo su diseño puramente estético dejando de lado lo funcional. Encargó el proyecto a Christian Jank y a Eduard Riedel, pero cada borrador, cada idea, debía obtener antes la aprobación del Rey. De hecho, los caprichos del monarca hicieron aumentar los costos al doble de lo previsto (6 millones de marcos de oro) retrasando la finalización de la obra.
Innumerables torres y chimeneas y la cornisa con sus almenas dan su característico aspecto. Los muros externos, recubiertos por 400.000 ladrillos rojos, y su fachada interior, con 1.550 toneladas de piedra caliza amarilla proveniente de una cantera cercana. Sus 465 toneladas de mármol de las columnas y capiteles provino de Salzburgo, y en el dintel de la puerta encontramos un escudo del reino de Baviera.
Pero su interior no es menos fantasioso. Cuenta con 360 habitaciones de las que solamente se terminaron 14 decorándose con gran lujo, en los que cuadros, tapices y leyendas son los protagonistas de sus paredes. Distribuidos en dos edificios, encontramos en los pisos inferiores las oficinas y los cuartos de servicio mientras que en el superior se encuentran los cuartos de estado y pompa del rey. En su tercer nivel los cuartos residenciales y por encima la “Sala de los cantores”, donde se acogerían las fiestas. La “Sala del trono” ocupa casi todo el nivel superior. En total 6.000 m2 de superficie.
Desde la habitación del monarca se puede disfrutar de las vistas de una increíble cascada y en contra de lo que podría pensarse el castillo disponía de muchos avances de la época: servicio telefónico, agua corriente, inodoros con descarga automáticas…
El rey Luis II se endeudó -por diversos motivos- y el gobierno bávaro le incapacitó el 9 de junio de 1886 cuando se encontraba en el castillo, viéndose forzado a abandonarlo y a recluírsele en el castillo de Berg debido a una supuesta enfermedad mental. Allí apareció muerto en el lago Stamberg el 13 de junio, en circunstancias no aclaradas todavía.
En el año 2002 un meteorito cayó cerca del castillo y en 2007 el castillo quedó finalista en la elección de las nuevas siete maravillas del mundo moderno. El rey nunca vió terminado el castillo de Neuschwanstein y vivió solamente 6 meses en él, incluso el genial Wagner tampoco llegó a entrar nunca, sin embargo su belleza y encanto ha cautivado a todo el mundo siendo en la actualidad uno de los destinos turísticos más visitados de Alemania. Una visita de cuento de hadas.

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